ANECDOTAS

DON ALBERTO JAPAZE

Y EL RECUERDO DE BUCK JONES

 

EL CABALLO DEL FAMOSO STUD “HECTOR ALBERTO”, GANO UN BATALLA DE TUCUMAN DE 1967 CON LA MONTA DE RAUL PROVENZANO.

UN REENCUENTRO EMOCIONANTE.

 

Hace exactamente 25 años, en un Batalla de Tucumán, don Alberto Japaze, fallecido  hace pocos años, ponía en la cresta de ola su famoso stud “Héctor Alberto” al que bautizó con el nombre de su único hijo varón, que a su vez les dio varios de los nietos. Don Alberto era por los años sesenta uno de los dueños de la legendaria Tienda La Perla y un pionero en el negocio de las gaseosas; en su planta industrial, donde hoy se ubica el Grand Hotel,  embotellaba Crush y Gini.

            Aquella tarde del 24 de septiembre de 1967, el fenomenal zaino Buck Jones (Bungalam – Katerin), pegado a los palos y con la mágica batuta del maestro Raúl Mario  Provenzano tapaba en el filo de la sentencia por media cabeza, al salteño Astur que corría con la plata en la mano por la baranda de afuera.

            Ese Batalla de Tucumán. era como tocar el cielo con las manos para un propietario, para alguien que llevaba el turf muy adentro.

            Pero don Alberto, como lo llamaban con mucho respeto sus amigos y del que tiene hermosos recuerdos la gente del turf, nunca fue explosivo en sus manifestaciones. Hasta solía serenar los ánimos de la barra del stud, en los finales de trapo verde.

            Con la misma serenidad que disfrutaba por aquellos años de gloria de una caballeriza que cimentó el prestigio del turf tucumano, lo encontramos hace un tiempo un jueves del Batalla, entre varios centenares de aficionados que ocupaban los jardines del sector oficial.

            Estaba estudiando las tabuladas y sacando alguna fija, que de ganar, tampoco iba a gritar; el estudio fue varias veces interrumpido por los afectuosos saludos de tantos amigos que supo cosechar en el ambiente.

            El siempre gozó el turf para adentro; tal vez no festejaba con estridencias, porque respetaba, como corresponde, al perdedor. Y generalmente regalaba los premios, los boletos e inundaba de propinas el stud. Todos saben en el ambiente, que cuando corría un caballo de don Alberto, había fiesta en lo de Provenzano

Buck Jones, el primero de los grandes campeones que sacó en ese tiempo, era el caballo más querido en el stud, como un hijo para él. Ganar ese “Batalla” en la forma en que lo hizo, de atropellada y cuando parecíia inalcanzable la hazaña, es imposible borrar de la memoria a más de un cuarto de siglo de la anécdota.

            El caballo era uno de los tres crack que le dieron a don Alberto, aproximadamente unas 50 carreras, la mayoría clásicas, en menos de una década (para sacar cuentas…) los otros fueron Merry (hijo de Gric) y Balmain (por Babu’s Pet).

            “Para mí Buck Jones era algo muy especial –relataba don Alberto- porque sencillamente parecía un niño. Solía llevarle algunos terrones de azúcar, dos o tres veces por semana. Imagínense, desde potrillo a los dos años, Hasta los siete que dejó las pistas de en Tucumán”.

            “Una vez estábamos en un asado en el stud y empezó a patear la puerta del box. Provenzano fue a ver que pasaba y lo vio al caballo bastante indócil. Enseguida me llamó y me dijo:  don Alberto, el caballo escuchó su voz y creo que lo llama, quiere verlo. En cuanto me asomé a la ventana, se vino a la puerta y estiró el hocico pidiéndome el azúcar. No tenia esa vez, pero lo acaricie y se tranquilizó en el acto”

            Sin dudas, no es algo inusual en el turf, pues los caballos siempre se encariñan con el que les da de comer, con el que mejor lo trata, o el peón, tal vez el dueño. Por ahí, con los peones del haras, al que suelen reconocer después de algún tiempo. Como pasó con el gran telescópico, en una anécdota digna de contar alguna vez.

            Pero la historia que nos contó don Alberto a continuación, es para estremecerse y seguramente sea similar a tantos episodios que en algún momento le ocurren a los seres humanos, aun lejos de los caballos. “Las vueltas de la vida…” dice le dicho.

            “Con unos amigos, solíamos a viajar a Antofagasta (Chile) a comer langostas de mar. Un lugar de ensueño, donde realmente pasamos momentos muy gratos. Cierta vez vi en el diario que en el hipódromo del lugar estaba anotado precisamente Buck Jones, al que había vendido años atrás y fue a parar a Chile, donde hacen correr a los caballos hasta muy entrado en años”.

            “Por supuesto, fuimos al hipódromo y me dirigí al box de espera donde estaba Buck Jones, para verlo. Creo que tenía diez u once años. Le dije al cuidador que yo había sido su dueño en Tucumán y si me permitía entrar a verlo”.

            Realmente emocionado don Alberto terminó así su relato:

“Vea una cosa es contarle lo que ocurrió y otra distinta es haberlo vivido. Me acerque al caballo muy despacio para no asustarlo. Me miro fijo y paró sus orejas. Al poco rato, yo estaba tieso, mirándolo, recordando tantas alegrías que me dio. Cuando estiré la mano para tocarle el hocico, se me a acercó y puso su cabeza sobre mi hombro. Como un niño la apoyó allí y la dejó unos segundos, larguísimos para mí “lo único que rogaba era tener en ese momento un terrón de azúcar. Durante media hora, jamás pude contener el llanto”

 

Luis P. Monti

El Turf en la Sangre 2010